A lo largo del siglo XVI se produjo el surgimiento del
nacionalismo y con él comenzaron a desarrollarse los estados modernos.
Los pensadores de
aquellos agitados años concentraron su energía en incrementar su riqueza y su
poderío buscando establecer la grandeza
de su pueblo por sobre los otros.
Prontamente, se
desarrollo el mercantilismo. Su objetivo principal era garantizar el
auto abastecimiento de las naciones.
Desde el siglo XVI
hasta el siglo XVIII, el Mercantilismo imperó en Inglaterra desde donde fue
irradiado hacia el resto de Europa. Para los mercantilistas la riqueza de una
nación dependía de la cantidad de plata y oro que esa nación tuviese acumulada.
España se vio favorecida por las ganancias producidas en las
minas de oro y plata americana, donde los pueblos originarios de América fueron
obligados a aportar su mano de obra desde el descubrimiento del nuevo
continente en el siglo XV hasta las guerras de independencia del siglo XIX.
En cuanto a la forma de conseguir metales preciosos, los
otros países europeos debían aumentar sus reservas vendiendo mayor cantidad de
productos a los que no producían dichos bienes.
Para consdeguir una balanza de pagos con saldo positivo era
necesario que las otras naciones paguen la diferencia con oro y plata. Los
mercantilistas comprendían así que, o bien sus países estarían siempre en
guerra con los otros por la supremacía, o bien se estaría preparando para una
próxima guerra.
El rey inglés Jorge
III, haciendo uso de la plata y oro acumulado por Gran Bretaña, pagó a sus
mercenarios. Estos combatieron contra los revolucionarios estadounidenses
durante la Guerra de Independencia.
Con esa riqueza Jorge
III pudo así comprar uniformes, armas y alimentos para sus tropas. Pero, los
estadounidenses como Sam Adams combatían para lograr su Libertad. Ese
incentivo, esa abnegación en el combate,
ese convencimiento y sed de Justicia
pudo vencer a los mejores mercenarios del planeta. Dato que no
encontrarán en los textos económicos del siglo XIX.
El ministro del rey francés Luis XIV, Jean B. Colbert
(1619-1683), busco institucionalizar la venta de productos franceses apoyando a
la industria del país con toda su energía.
En cuanto a la política interna de los primeros estados
nacionales, se hizo casi imprescindible que los salarios fuesen bajos. Se
favoreció que la población fuese en aumento.
En la mentalidad de un mercantilista, una población mal paga
y numerosa sería capaz de producir gran cantidad de bienes a bajo costo para
poder venderlos al exterior. Las jornadas de trabajo se hicieron eternamente
largas.
La clase dirigente,
monarcas, aristócratas, clero, funcionarios del estado, se dieron todos los
lujos, mientras que, en las clases populares se instituyo la idea de considerar
al despilfarro un enemigo. Así, el consumo de ginebra, té y tejidos suntuosos como la seda era mal
visto en los trabajadores.
Tanta explotación e injusticia social preparó el caldo de
cultivo. Todo estuvo listo en 1789 para que la
Revolución Francesa cambiara
al mundo.
Lía Olga Herrera Soto
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