En 1776, John Stuart
Smith inicia la Escuela Clásica
al publicar su obra La riqueza de las naciones.
Smith subrayó el papel del consumo y lo puso por sobre el de la
producción. Este autor sostenía que era posible aumentar el nivel de vida de
una comunidad. Era un férreo defensor del individualismo bien entendido.
Sostuvo a lo largo de su vida que era esencial permitir que los individuos
intentaran alcanzar su propio bienestar como medio para aumentar la prosperidad
de la sociedad en su conjunto.
La labor de Smith
fue continuada por Thomas Robert Malthus
y por David Ricardo.
Thomas Robert Malthus
escribió su Ensayo sobre el principio de la población en 1798. En esa obra afirmó que las esperanzas de mayor
prosperidad de los hombres chocarían contra el excesivo crecimiento de su
población.
Malthus sostuvo que los alimentos sólo aumentaban adecuándose a una
progresión aritmética, por ejemplo; 2, 4, 6, 8, 10, y así sucesivamente,
mientras que la población se duplicaba cada generación, por ejemplo; 2, 4, 8,
16, 32, etc.
Este autor afirmaba que la naturaleza mediante el
control positivo remediaría esto, pero,
como Malthus era un hombre religioso hacia un llamamiento a la propia prudencia
de la especie humana para que esta tendencia fuese controlada. ¿Cómo? Retrasando la edad nupcial lo que
permitiría reducir el volumen de las familias.
Malthus sostenía que; “El
poder de la población es tan superior al poder de la tierra para permitir la
subsistencia del hombre que la muerte prematura tiene que frenar hasta cierto punto el crecimiento del ser
humano”.
Entonces, de no lograrse un control de la natalidad, las
respuestas serían la hambruna, las guerras, las pandemias, los vicios y otros
mecanismos destructivos propios de la naturaleza.
Por su parte, David
Ricardo escribió que; “superada cierta etapa, no muy avanzada, el progreso de la
agricultura disminuye en forma paulatina”.
Los economistas
clásicos tomaron de David Ricardo el concepto de rendimientos decrecientes. ¿Qué es eso? Bueno, sostuvo Ricardo que; a medida que se aumenta la fuerza de trabajo y
el capital que se utiliza para labrar la tierra, disminuirán los rendimientos.
Estos conceptos marcaron a los pensadores del siglo XIX,
tiñeron de lúgubre a la economía y justificaron lo peor del Imperialismo.
Lía Olga Herrera Soto
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